Bisílabos acabados en consonante,
como diminutivos son tetrasílabos (cuatro sílabas) - el diminutivo aumenta dos
sílabas:
reloj >
relojito
árbol >
arbolito
clavel > clavelito
Bisílabos acabados en vocal
-a/-o, como diminutivos son trisílabos (tres sílabas) - el diminutivo
aumenta una sílaba:
perro >
perrito
ojo > ojito
puro > purito
Bisílabos acabados en -n,
como diminutivos son cuatrisílabos (cuatro sílabas) - el diminutivo aumenta dos
sílabas:
león > leoncito
camión > camioncito
sartén > sartencita
Bisílabos acabados en -e
átona, como diminutivos son cuatrisílabos (cuatro sílabas) - el diminutivo
aumenta dos sílabas:
monte > montecito
valle > vallecito
parque > parquecito
Monosílabos - o no permiten
derivación o la hacen mediante el infijo -ec-, como diminutivos son
cuatrisílabos - el diminutivo aumenta tres sílabas:
tren > trenecito
pan > panecito
pez > pececito
«Existe un solo monosílabo acabado en vocal
susceptible de admitir diminutivo (pie); pues bien, la manera de formarlo
parece confirmar esta idea: gracias a que recibe por dos veces el infijo –e-
(pi-ec-ec-ito), se obtiene una forma de cuatro sílabas, es decir, el
número regular con el que cuentan los diminutivos monosílabos.
Existe, además,
otro grupo de monosílabos acabados en semivocal (buey, ley, rey) que
también reciben la inserción del infijo –ec-, par que la ley de las
cuatro sílabas se cumpla: hecho que se facilita por la consonantización de la
semivocal (buey-ec-ito, ley-ec-ita, rey-ec-ito).
De ahí nuestra conclusión final: -c- y
–ec- serían variantes alomórficas del infijo diminutivo; y la selección
del primero ocurriría cuando, en una formación diminutiva, el uso de
–ec- produciría un derivado que excediera las dimensiones
silábicas permitidas por el sistema: el diminutivo virrey es
virreicito y no *virreyecito, pues tal formación presenta tres
sílabas más que la forma base, y el sistema sólo concede dos.
Entre las carencias de esta hipótesis, hay que destacar,
sobre todo, el hecho de que no tiene en cuenta fenómenos provenientes de los
distintos dialectos del español, y que, al utilizar distintos criterios en la
explicación el proceso derivativo, obliga a situarlo en distintos componentes de
la gramática, complicando en parte la descripción.»
[Lázaro Mora, Fernando A.: “La derivación
apreciativa”. En: Bosque, Ignacio / Demonte, Violeta (eds.): Gramática
descriptiva de la lengua española. Madrid: Real Academia Española / Espasa
Calpe, 1999, § 71.7.1]
«La vieja idea de que de las significación
empequeñecedora de los diminutivos se ha derivado la afectiva – ya que los
objetos chicos despiertan en nosotros, por veces, sentimientos de protección y
ternura o de desconsideración o menosprecio – va siendo rechazada cada vez con
más seguridad.
El diminutivo, más bien, era el signo de un afecto.
Más interés aún que la prelación histórica
entre el valor empequeñecedor y el afectivo tiene el problema de la
significación originaria de estos sufijos: o significaban la ternecencia, la
semejanza, ‘perteneciente a’, ‘a la manera de’, ‘descendiente de’, etc.
(columbina, diamantinus), o no suponían modificación conceptual alguna
respecto de las palabras bases.
Los diminutivos
alemanes no son por su naturaleza palabras empequeñecedoras, sino que
originariamente, lo mismo que los hipocorismos, son individualizaciones
destacadas.
El diminutivo parece más bien contener un realce del concepto; un
deslindamiento del concepto con relación a la ocasión particular, motivado en el
afecto del hablante: mi pueblecito (mein Dörfchen) no tiene en manera
alguna que quitar al concepto ‘pueblo’ (‘Dorf’), en esta ocasión particular,
nada de su fuerza originaria ni de su contenido de significación, antes bien,
sugerirá algo así como ‘mi pueblo’; su papel es especializar, en fin:
personificar. (F. Wrede)
Nuestros sufijos han conservado siempre este
papel destacador del objeto, su función de pensarlo representacionalmente
refiriéndose a su agudizada valoración.
Como contenido conceptual se señala para
el diminutivo la significación de empequeñecimiento, la de referencia a objetos
pequeños como clase, y, por fin, la contraria de aumento.
Respecto a la
significación disminuidora, sólo he de añadir que, a pesar de haber dado lugar a
la denominación de diminutivo, es con mucho la función menos frecuente,
tanto en la lengua escrita como en la oral; cualquier recuento convencerá al
lector de que el uso más abundante del diminutivo es el de las funciones
emocional, representacional y activa. Cuando el sentido central es realmente el
de disminución, se suele insistir en la idea de pequeñez con otros recursos
(una cajita pequeña, una cosita de nada, etc.).
Es raro, aunque
perfectamente idiomático, encomendar exclusivamente al diminutivo la idea de
tamaño reducido. [...]
Ante todo, es inútil estudiar el valor
estilístico de un diminutivo aislado de toda situación real, como generalmente
nos lo presentan.
Entre usted despacito
Vaya de prisa